Reseña de “Downton Abbey: El Gran Final”

El broche de oro de la saga de Downton Abbey corre a cargo de Simon Curtis, con guion de Julian Fellowes (responsable también de la serie original). Esto ya otorga una coherencia tonal, estética y dramática con lo que los espectadores han aprendido a esperar de los Crawley y su casa, sus sirvientes y el universo de relaciones sociales que los rodea. En El Gran Final se evidencia claramente el deseo de despedirse, pero también de mostrar evolución, los personajes no sólo repiten conflictos antiguos, sino que enfrentan los cambios propios de los años 30, tanto en lo social como en lo personal.

Ambientada en 1.930, la película coloca a Lady Mary Crawley en el centro de un escándalo público tras hacerse público su divorcio de Henry Talbot, lo que no solamente afecta su vida íntima sino su posición social y su rol dentro de la casa. Esto activa tensiones familiares, intergeneracionales y también cuestionamientos sobre el deber, la tradición y la autoridad.

Paralelamente, la película teje varios arcos: la jubilación de Carson, el embarazo de Anna, el ascenso profesional de Daisy y Andy, la aparición de Harold Levinson como pariente cuya llegada trastoca aspectos económicos e identitarios de la herencia de Cora, entre otros.

Downton Abbey siempre ha sido sinónimo de elegancia visual: vestuario, ambientación, diseño de producción. El Gran Final no es la excepción. Los vestidos de Mary, la ambientación de los salones, los jardines, las fiestas, etc., siguen siendo espléndidos y ayudan no sólo al deleite visual, sino a recrear una época de tensiones sociales que se expresa también en los detalles materiales.

El ritmo de la narración, sin embargo, no es impecable. Algunos partes de la película cargan con muchos hilos narrativos que se entrecruzan, lo que da lugar a escenas que parecen breves viñetas, donde se celebra mucho los “cameos” del pasado o las referencias nostálgicas más que construir nuevas tensiones emocionales profundas.

Uno de los grandes logros de esta película es su capacidad para generar emoción, nostalgia, sentido del cierre. Se trata de un adiós que no evita la melancolía, pero que tampoco se regodea en ella, hay humor, luz, reconciliaciones, momentos de introspección. El personaje de la Condesa Viuda (Maggie Smith), aunque ya fallecida en la vida real, ejerce una presencia simbólica fuerte: su ausencia física se convierte en presencia en la memoria y en los espacios de Downton.

Asimismo, se nota un deseo de cerrar ciclos: Mary enfrentándose a la posibilidad de dirigir Downton, la nueva generación, los sirvientes que han crecido, los que se retiran, el orgullo, el sentido de pertenencia, el deber, pero también la conciencia de que los tiempos cambian.

Como mencionaba, el exceso de subtramas hace que algunos personajes secundarios no tengan el espacio que merecen. En una película de dos horas cada historia requiere más pantalla, y no siempre lo logra.

Algunas resoluciones dramáticas se sienten algo convenientes; es decir, ciertos conflictos se resuelven con rapidez o con menos peso emocional del que podrían haber tenido si la narrativa los hubiera desarrollado más lentamente.

El tono nostálgico y la cantidad de referencias al pasado, aunque entendibles y en gran medida efectiva, pueden saturar para quienes esperaban algo más novedoso o menos ligado a lo ya visto.

El Gran Final es más que un simple cierre dramático, funciona como un espejo de la transformación social. Los temas del divorcio, la reputación, las expectativas de género, el cambio generacional, el rol de la mujer en la aristocracia, el rol de los empleados domésticos, todas esas tensiones están presentes. Muestra cómo las estructuras de clase, aunque rígidas, deben adaptarse o verse desbordadas y cómo los lazos humanos (familia, comunidad) pueden ser terreno de transformación. También pone de relieve la importancia del recuerdo, tanto de los personajes que se fueron como de los valores heredados, para bien o para mal.

Downton Abbey: El Gran Final cumple lo que promete para sus diferentes públicos: a los fans les brinda una despedida cálida, emotiva, estética, con momentos de homenaje y cierre; a quienes lo ven como mero cine de época les ofrece buena factura, encanto visual, actuaciones sólidas, cierta reflexión. No es una película perfecta ni sin fallas, la estructura narrativa podría haber sido más depurada, algunos arcos más equilibrados, pero su valor principal está en el afecto que genera, en el valor simbólico del fin de una era ficticia que se instaló en la cultura global.

Para las audiencias que han crecido con los Crawley, esta película cumple su propósito: decir adiós con dignidad, reconocer lo que fue el pasado, aceptar lo que vendrá. No es solo la conclusión de una saga, sino también un canto al cambio, a la memoria y al legado.