Reseña de “Una batalla tras otra”: Cine que piensa, siente y arde

Una batalla tras otra adapta libremente la novela Vineland de Thomas Pynchon. La historia es llevada de la mano con Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio), exrevolucionario, que tras años retirado vive aislado con su hija Willa (Chase Infiniti). Sin embargo, su pasado retorna con fuerza 16 años después, cuando el coronel Lockjaw (Sean Penn), antiguo enemigo, amenaza la seguridad de Willa. Para protegerla, Bob deberá contactar con viejos aliados, confrontar viejas heridas, y reavivar ideales que creía enterrados.

Paul Thomas Anderson consigue mezclar acción, sátira y reflexión social de tal manera que el filme se siente muy conectado con tiesuras contemporáneas: inmigración, racismo, represión estatal, radicalización. No como mero decorado, sino como parte intrínseca del conflicto dramático.

Bob no es ni de cerca un héroe idealizado; es más bien un hombre ahogado en vicios, marcado por sus errores, sus fracasos y sus contradicciones. Perfidia (Teyana Taylor) es la mamá de Willa, es una mujer afrodescendiente inusual que aporta energía revolucionaria con fogosidad, convicción y magnetismo. Su hija, Willa Ferguson, representa una visión fresca, que enfrenta a Bob con el mundo tal como es ahora.

Anderson combina escenas de acción con momentos contemplativos y crea una narrativa en dos tiempos que sostiene el interés. Además, la música de Jonny Greenwood robustece el tono. no sólo embellece, sino que desestabiliza, ilumina pasajes emocionales y políticos.

Algunas escenas destacan mucho más que otras, como el asalto al centro de detención de inmigrantes, las escenas de confrontación entre ideales revolucionarios y fuerzas del orden, la tensión entre Bob y Lockjaw, que a nivel visual y sonoro tienen fuerza.

Algo disfrutable es el personaje de Lockjaw (Sean Penn) que terminaron realizando de forma demasiado caricaturesca, aunque si bien entreteniene, llevó el precio de perder mucha de su verosimilitud. Su maquillaje y ciertos gestos extremos restan credibilidad.

Aunque la película posee una duración de 2 horas con 50 minutos, en algunos trechos la acumulación de acción, discurso político, exposición y simbolismo puede sentirse excesiva o saturada. Hay momentos en los que la narrativa parece perder un poco de impulso antes de reactivarse, pudo haber sido mejor una versión de máximo 2 horas y dejar la de casi 3 para un director’s cut.

En su intento de abarcar muchas aristas, tales como la familia, la revolución, la represión, la responsabilidad individual, en ocasiones hay que “llenar los espacios” como espectador: los ideales revolucionarios nunca se terminan de exponer con claridad, lo que puede dejar ciertas preguntas sin respuesta, intencionalmente quizá, pero también frustrante.

Una batalla tras otra logró ser cine comprometido sin caer en el panfleto simplón. La película instiga a cuestionar ideas sobre lo que significa el activismo, hasta qué punto el pasado pesa sobre el presente, cómo los ideales pueden deteriorarse con los efectos del tiempo, el dolor, la desilusión. También parece destacable cómo Anderson muestra la relación padre-hija como eje emocional potente que aporta humanidad al relato político.

No será perfecta, tiene momentos de desbalance, especialmente en la parte de acción y política intensa, pero su ambición narrativa, su poder visual y su capacidad de generar reflexión la convierten en una de las películas más interesantes del año.

Una batalla tras otra es una obra que dialoga con el presente, que exige al espectador no solamente emociones, sino pensamiento. En su mezcla de lo íntimo y lo sociopolítico, lo cómico y lo apocalíptico, Paul Thomas Anderson ofrece un filme denso, vibrante, imperfecto pero necesario. Si te interesan las películas que no esquivan lo controvertido, que retan tus convicciones y al mismo tiempo conmueven, esta es una película que vale la pena ver en la pantalla grande.