Reseña de “Las vidas de Sing Sing”

“Las vidas de Sing Sing” fue dirigida por Greg Kwedar y se inscribe en la tradición del drama carcelario, pero introduce una perspectiva inédita: el teatro como vía de redención y resistencia. Basada en la historia real de John “Divine G” Whitfield, interpretado por Colman Domingo, la película nos traslada al interior de la famosa prisión de máxima seguridad de Sing Sing, en el estado de Nueva York, donde un grupo de reclusos monta sus propias obras teatrales para reivindicar su humanidad y conservar la esperanza.
Greg Kwedar opta por un ritmo parsimonioso, que refleja la lenta cadencia de la vida en prisión, al tiempo que inyecta momentos de humor y emoción contenida. El guion, coescrito por el propio Kwedar, se apoya en las anécdotas reales del taller de teatro “Rehabilitation Through the Arts” (rehabilitación a través de las artes), capturando la tensión entre la crudeza del ambiente carcelario y la ternura del arte en escena. La decisión de rodar en instalaciones correccionales reales—o recreadas a partir de módulos desmantelados—aporta una autenticidad sobrecogedora, aunque en ocasiones las reflexiones sobre la injusticia resultan algo reiterativas.

Colman Domingo brilla como Divine G, ofreciéndonos un personaje de fortaleza contenida y profundo carisma: su sola presencia llena el encuadre, capaz de transmitir esperanza, aunque el plano se ciña al gris del hormigón. Junto a él, Clarence Maclin (Divine Eye) establece una química conmovedora, y destaca la participación de exreclusos de la vida real, cuya autenticidad eleva cada representación teatral dentro de la trama. Estos actores no profesionales imprimen una dimensión documental que refuerza la sensación de que, más allá de la ficción, se trata de un viaje íntimo y colectivo.
La fotografía, de tonalidades terrosas y contrastes moderados, subraya el choque entre el encierro físico y la expansión interior que provoca el teatro. La escenografía y diseño de producción recrean fielmente la austeridad de Sing Sing, mientras la banda sonora equilibra silencios opresivos con piezas musicales que evocan consuelo. La edición, fluida pese a los saltos temporales que abarcan seis meses de historia, mantiene la tensión dramática sin caer en el didactismo.
“Las vidas de Sing Sing” se erige como un ejemplo de cine carcelario que trasciende el melodrama: es un canto a la resiliencia y al poder transformador de la creación colectiva. La película reafirma la vigencia del arte como fuente de libertad interior y permite entender que para sanar debemos permitirnos sentir.
Con sus nominaciones a los premios Oscar como reconocimiento a su fuerza narrativa y actuaciones memorables, “Las Vidas de Sing Sing” se presenta como una experiencia imprescindible para quienes buscan un cine aleccionador, comprometido y conmovedor.